A mediados del siglo pasado en los pueblos era normal que las casas tuvieran un pequeño huerto, un burro para el trabajo del campo, un par de cerdos, algunas gallinas y conejos y en un rincón del corral tres o cuatro colmenas, nadie se quejaba si los gallos del vecino le despertaban al amanecer ni se espantaba porque una abeja despistada entrara por la ventana. Poco a poco la atracción por la ciudad fue dejando los pueblos vacíos, las ciudades crecieron desmesuradamente y pronto se volvieron completamente estériles privando a los ciudadanos de todo contacto con la naturaleza.
APICULTURA URBANA
A mediados del siglo pasado en los pueblos era normal que las casas tuvieran un pequeño huerto, un burro para el trabajo del campo, un par de cerdos, algunas gallinas y conejos y en un rincón del corral tres o cuatro colmenas, nadie se quejaba si los gallos del vecino le despertaban al amanecer ni se espantaba porque una abeja despistada entrara por la ventana. Poco a poco la atracción por la ciudad fue dejando los pueblos vacíos, las ciudades crecieron desmesuradamente y pronto se volvieron completamente estériles privando a los ciudadanos de todo contacto con la naturaleza.