Una especie de pájaros se comunica con los miembros de una
tribu africana para buscar miel
“En 1588, João dos Santos, un misionero portugués en Sofala (el actual
Mozambique) veía cómo con frecuencia un pequeño pájaro se colaba
volando a través de las grietas de los muros de su iglesia para picotear la
cera de las velas que encontraba dentro. Este tipo de pájaro, escribió, tenía
también la peculiar costumbre de dirigir a hombres hasta colmenas piando y
volando de árbol en árbol. Después de que los hombres recogiesen la miel,
los pájaros se comían la cera que quedaba”. Esta intuición, recogida hace
casi cinco siglos, la cuentan en un trabajo científico que se publica hoy en la revista Science Claire Spottiswoode y varios colegas, que acaban de
comprobar que era certera.
Esta ave a la que se refería el misionero se llama indicador grande (su
nombre científico es Indicator indicator) y el caso de cooperación entre
humanos y animales salvajes que se relata es una rareza. Los pájaros
aportan su capacidad para encontrar colmenas y los humanos utilizan el
humo para espantar a las abejas, una amenaza para los indicadores, que
pueden morir por sus picaduras. Tal como cuenta Spottiswoode,
investigadora de la Universidad de Cambridge (Reino Unido), se trata de un
caso excepcional de comunicación recíproca entre nuestra especie y los
pájaros.
Se han observado casos de cooperación entre delfines y
pescadores para obtener más presas
Los yao, uno de los pueblos de Mozambique que se entienden con los
indicadores para conseguir miel, utilizan un sonido específico que suena
como una especie de “brrr-hm” cuando quieren que los pájaros les
conduzcan a su objetivo. Esa llamada no se emplea en otros contextos. Los
científicos pusieron a prueba el sonido comprobando si mejoraba las
probabilidades de conseguir miel para los humanos frente a otro tipo de
llamadas. Según explican en su artículo, cuando se emitió el sonido
mencionado en expediciones para buscar miel, los indicadores colaboraron
en un 66,7% de los casos, muy por encima de lo que sucedió cuando se
emitieron sonidos animales, que lograron la cooperación en un 33,3%, o de
otras llamadas humanas, con el 25%. Además, el resultado final era mucho
mejor cuando la colaboración se lograba con la llamada específica. En un
81,3%, en una búsqueda que duraba alrededor de un cuarto de hora,
llegaron a las colmenas, muy por encima de las veces que la comunicación
comenzó con los otros sonidos. En total, el sonido de los buscamiel condujoal objetivo final en un 54,2% de los casos, lejos del 16,7% de las otras
llamadas.
“Los resultados muestran que un animal salvaje asocia un significado y
responde de manera adecuada a una señal humana de reclutamiento [...],
un comportamiento asociado previamente a animales domésticos, como los
perros”, concluyen los científicos. “La principal diferencia con los animales
domésticos es que estos guías de la miel son animales salvajes que viven en
libertad”, explica a Materia Spottiswoode. “Los animales domésticos han
visto alterado su material genético por los humanos, que seleccionan los
rasgos que les resultan útiles”, continúa. “Es cierto que algunas especies,
como los halcones o los cormoranes, cooperan con los humanos sin haber
sido modificadas genéticamente, pero sí que han sido específicamente
entrenadas y forzadas. Los guías de la miel, por contra, son animales
salvajes que cooperan con los humanos sin ningún control ni intervención
por parte de la gente”, concluye.
El caso de los indicadores es realmente extraordinario y solo comparable a
la relación que comparten algunos delfines con pescadores artesanales.
Desde el año 70 después de Cristo, cuando Plinio el Viejo habló de este tipo
de colaboración en la Galia Narbonense, en lo que es la costa mediterránea
de Francia, se han recogido episodios similares. Sin embargo, la falta de un
trabajo científico que lo compruebe impide asegurar que se trate de un
sistema de comunicación especializado como el de aves y humanos en
busca de miel.
El origen de la colaboración entre humanos y pájaros
podría remontarse a los 'Homo erectus' de hace 1,9
millones de años
Spottiswoode plantea que este tipo de comportamiento de las aves es,
probablemente, innato, aunque refinado con la práctica. “Los indicadores,
como los cucos, ponen sus huevos en los nidos de otros pájaros para
aprovecharse de ellos y que les cuiden a sus crías, así que los jóvenes no
tienen oportunidad de aprender ese comportamiento de sus propios
padres”, opina la investigadora. Aunque es difícil calcular el tiempo
necesario para la aparición y el desarrollo de esta sociedad entre humanos y
aves, la relación podría remontarse a los primeros grupos humanos capaces
de dominar el fuego necesario para espantar a las abejas. Richard
Wrangham, antropólogo de la Universidad de Harvard, sugiere que esto
pudo suceder ya con los Homo erectus, hace más de un millón de años.
Este entendimiento ancestral entre humanos y animales está
desapareciendo en muchas partes de África y se conserva en lugares como
la Reserva Nacional de Niassa, en Mozambique, donde la relación entre las
personas y la vida salvaje aún es estrecha. Esta reserva, del tamaño de
Dinamarca, se ve ahora amenazada y con ella uno de los pocos casos en los
que los hombres se han beneficiado de trabajar junto a otros seres vivos sin
someterlos.
Informa: Mihail Pawlowsky
DANIEL MEDIAVILLA - el País
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