Los primeros agricultores y ganaderos del Neolítico ya utilizaban la cera de las abejas
para fabricar cosméticos, medicinas, impermeabilizar recipientes e
incluso como aglutinante en flechas. Y seguramente, también consumían
miel, revela un estudio publicado en la revista Nature.
El análisis de la huella química que deja la cera en
vasijas y otros recipientes ha permitido a un equipo internacional de
investigadores situar el inicio de la apicultura hace 9000 años en la
península de Anatolia, en Turquía, en el mismo periodo y área geográfica
en que se comenzaron a cultivar plantas y a domesticar animales.
También han podido comprobar cómo el aprovechamiento de los productos de este insecto, Apis mellifera, se fue extendiendo por Europa, Oriente Próximo y norte de África en paralelo a la agricultura y la ganadería.
“Este trabajo reúne pruebas de la presencia de cera de abeja en las
vasijas de cerámica de los primeros agricultores de Europa. Hemos
encontrado estos componentes químicos atrapados en la arcilla de 6.400
fragmentos en más de 150 yacimientos arqueológicos”, explica a Sinc
Mélanie Roffet-Salque, de la Universidad de Bristol (Reino Unido) y
autora del trabajo, en el que también han participado investigadores
españoles.
“Parece lógico pensar que estuvieran también consumiendo miel,
aunque como este alimento no deja una huella biológica tan identificable
como la cera no lo hemos podido identificar”, señala a Big Vang Alfonso
Alday, investigador y profesor del Área de Prehistoria de la
Universidad del País Vasco (UPV/EHU), coautor del estudio.
Hasta el momento la relación de las abejas con los humanos se
conocía sólo a través de escenas plasmadas en pinturas rupestres, como
la figura humana que parece recolectar miel de un rusco en la Cueva de
la Araña (Patrimonio de la Humanidad), en Bircorp (Valencia) o en
grabados del antiguo Egipto. “Esta es la primera vez que se consigue
identificar y datar su uso de forma científica. Y estamos muy
sorprendidos por su antigüedad, más de la que esperábamos”, destaca
Alday.
En concreto, los expertos de la Escuela de Química de la
Universidad de Bristol, que han liderado el proyecto, lograron detectar
restos de cera en ollas de cocina procedentes de un yacimiento
arqueológico turco del 7000 aC, localizado en el mismo área del
asentamiento de Çatalhöyük, considerada la primera ciudad de la
humanidad, y del que procede una representación pictórica de un nido de
abejas.
Desde ahí, los investigadores pudieron cartografiar la extensión
de la apicultura hacia los Balcanes y Grecia, en donde detectaron restos
de moléculas grasas de este producto que datan de entre el 5300 y el
4600 aC, y de fechas similares hallaron también presencia de cera en
arcillas en Europa Central.
“El uso de los productos de la abeja avanza conforme se difunde
la agricultura y la ganadería. La actividad humana de domesticar plantas
y animales fue transformando el paisaje, puesto que se deforestaban
bosques para ganar espacio para pastos y campos de cultivo. De esta
forma se crearon paisajes de sotos y flores que las abejas aprovecharon
para ir,poco a poco, expandiendo su hábitat natural”, declara Alday.
Paradójicamente, aunque se analizaron 130 recipientes procedentes
de la Península Ibérica no se encontró resto alguno de cera. “Que no se
haya encontrado no quiere decir que no se usaran. Es lógico pensar que
las abejas también tenían un hábitat favorable para su desarrollo aquí
desde el arranque de la agricultura peninsular, lo que ocurre en el 5500
aC”, afirma Alday.
Foto: Agencia Sinc - Propias
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