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El rompecabezas que es el declive generalizado de las abejas se complica aún
más. La abeja europea (Apis mellifera) y el resto de insectos antófilos (que
aman las flores) ya tenían que luchar contra el virus de las alas deformes, el hongo Nosema ceranae, el parásito
Varroa destructor, sofisticados insecticidas como los neonicotinoides o el
propio calentamiento global. Ahora, un estudio añade un enemigo más: la
reducción de la diversidad de plantas y árboles florales provocada por la
moderna agricultura.
Los Países Bajos es una de las regiones del mundo
donde más ha avanzado la agricultura. El 80% del territorio que era natural a comienzos del siglo pasado hoy es tierra cultivada. Por
eso, es un gran escenario real para estudiar el impacto que la agricultura
moderna está teniendo sobre las abejas. Tradicionales aliados de los
agricultores, estos insectos polinizadores están desapareciendo a un ritmo que
alarma a éstos, pero también a los científicos.
Un grupo de biólogos holandeses ha descubierto que
existe una conexión entre el descenso de la diversidad floral y el declive de
las abejas. Su trabajo se centra en las especies silvestres pero sus
conclusiones podrían ayudar a desentrañar el colapso que sufren muchas colmenas
de abeja melífera.
“Los efectos negativos del varroa, las enfermedades o
la carga de pesticidas pueden verse reforzados por una limitación de la
disponibilidad de comida”, dice el ecólogo de la universidad de Wageningen y
coautor del estudio, Jeroen Scheper. “Al estar en peores condiciones por un
escenario de escasos recursos, las abejas melíferas pueden ser más vulnerables a
estas amenazas. Y el mecanismo puede funcionar a la inversa: los efectos no
letales de los pesticidas pueden afectar negativamente a la eficiencia
forrajera de las abejas obreras, lo que podría tener un mayor impacto cuando la
disponibilidad de recursos florales es baja”, añade.
Scheper y sus colegas recopilaron ejemplares de varias
colecciones de taxidermistas y museos de más de 50 especies de polinizadores
silvestres. Querían saber de qué flores se alimentaban antes de que, desde los años
cincuenta del siglo pasado, la agricultura se extendiera por casi todo el territorio
holandés. Pero buscaban más el polen que el néctar.
“El polen es un recurso alimenticio crítico para las
larvas de las abejas, pero no se desarrollan con el polen de todas las especies
de plantas. Algunas especies de abejas solo crecen con el polen de un único
género o familia, mientras que otras especies lo recolectan de una amplia
variedad vegetal. Pero aún en este caso, las abejas tienen preferencias por
determinados taxones y se desarrollan menos con las variedades que menos las
atraen”, explica Scheper. “Por el contrario, las abejas son menos exigentes con
el néctar, es decir, las especies que recolectan polen de una única variedad de
planta también recogen néctar de muchas otras variedades vegetales”, añade.
Al comparar con el polen de los insectos disecados,
los investigadores comprobaron que las especies actuales que están en mayor
declive son precisamente las que se alimentan de flores de plantas silvestres o
semisilvestres que ahora escasean, como algunas variedades de fabáceas (leguminosas)
cultivadas como forraje para la ganadería o como técnica de barbecho en el pasado. Sin embargo, su estudio, recién
publicado en la revista PNAS, también señala que aquellas especies de abejas
especializadas en las rosáceas en vez de descender, han proliferado. Además de las rosas, esta familia de plantas incluye a
gran variedad de flores, árboles frutales y muchas otras plantas ornamentales
de las que los Países Bajos son una potencia exportadora. Aunque
Scheper insiste en que las conclusiones de su trabajo solo se centran en las
especies silvestres de abejas y abejorros, la menor diversidad de flores se une
al cóctel que factores que también están acabando con las abejas melíferas. El
problema es quizá de visibilidad. El estado de las poblaciones silvestres,
simplemente, se ha estudiado menos.
“Posiblemente,
su situación sea aún peor, ya que no hay apicultores que estén supervisando a
las abejas silvestres”, recuerda el investigador de la universidad italina de
Udine, Francesco Nazzi. Junto a su colega de la Universidad de Nápoles,
Francesco Pennacchio, Nazzi acaba de publicar un trabajo en la revista Trends
in Parasitology que intenta sistematizar qué está pasando con las abejas. Su
respuesta es que de todo. Lejos de una explicación simplista y monocausal, una
especie de tormenta perfecta en la que unos factores agravan los efectos de
otros sería la responsable del declive de las abejas melíferas.
“Se
trata de un problema simple, la pérdida de colonias de abejas melíferas en todo
el mundo, sin una respuesta simple”, recuerda Nazzi. Y no es simple porque
intervienen muchos factores. Aunque el virus de las alas deformes fue
descubierto a comienzos del siglo pasado en el sur de Asia, el ácaro parásito
que usa como vector no llegó a Europa hasta los años setenta y una década más tarde
a Norteamérica. Los neonicotinoides, familia de pesticidas relacionados con el
colapso masivo de las colmenas, no empezaron a usarse hasta los años noventa.
Nazzi también menciona el deterioro de sus ecosistemas naturales por la
expansión de la agricultura.
En
su modelo, todas las piezas encajan y permiten interpretar “cómo los diferentes
agentes estresantes pueden interactuar sinérgicamente para interferir en las
defensas inmunitarias de la kasabeja”, explica el investigador italiano. “Esto
es muy importante ya que las barreras inmunes son fundamentales para mantener
bajo control la difusión de las infecciones virales que pueden convertirse en
destructivas en cuanto cualquier factor de los mencionados altera este frágil
equilibrio, promoviendo una intensa replicación patógena”, añade.
Para
Nazzi, cualquier intento de luchar contra el declive de las abejas tiene que
enfrentar cada uno de los factores que la amenazan. Desde intentar mantener
controlados a los patógenos sin dañar a las abejas hasta reducir su exposición
a los pesticidas o mejorar la gestión de la agricultura intensiva.
Fuente: APICULTURA SIN FRONTERAS - N 81 - DICIEMBRE DE 2014
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