El
proceso evolutivo que nos lleva a las abejas de miel tiene un claro
paralelismo con el que desembocó en la aparición y difusión por la
Tierra de las plantas con flores. Hace unos 100 millones de años,
ciertas avispas, parecidas a los esfécidos actuales, comenzaron a
diferenciarse para aprovechar una nueva y creciente fuente de alimentos,
el néctar y el polen que ofrecían las plantas angiospermas. Estas
avispas adaptaron su aparato bucal para chupar el néctar de las flores,
su cuerpo se cubrió de pelos plumosos para recoger los granos de polen y
las patas posteriores se hicieron progresivamente más amplias para
poder llevarse cada vez más polen al nido. Este proceso se convirtió en
un caso especial de coevolución: las plantas producían más semillas con
la polinización de los insectos e intentaban atraerlos con la recompensa
de los alimentos ofrecidos por sus flores. Siguiendo el hilo evolutivo
de los grupos más gregarios, aparecieron las primeras abejas, que se
podrían incluir dentro del género actual Apis, ahora hace unos 35-40
millones de años.
La
morfología de las abejas de miel parece no haber cambiado demasiado
desde hace unos 30 millones de años, como se puede ver si comparamos los
primeros fósiles y los individuos actuales. No se sabe mucho del grado
de organización social de estos primeros miembros del género Apis, pero
se presume que ya se había iniciado este comportamiento y que desde
entonces ha evolucionado hasta la complejidad de las colonias de abejas
actuales: un tipo de altruismo gobernado por las feromonas ("el espíritu
de la colmena") lleva a unos cuantos miles de hembras infértiles, las
obreras, a hacer todos los trabajos de la colonia, dejando la función
reproductora a una sola hembra fértil, la reina.
Las
abejas de miel pertenecientes al género Apis se desarrollaron en zonas
de clima tropical. Actualmente, en las zonas tropicales y subtropicales
del suroeste de Asia se encuentra la mayor diversidad, pero un paso más
de la evolución permitió que dos miembros del grupo colonizaran climas
templados. Para poder soportar las oscilaciones térmicas se pusieron en
marcha diversas estrategias: los enjambres seleccionaron cavidades
protegidas para vivir, formaron colonias más numerosas y con más panales
y perfeccionaron la termorregulación de la colonia. Durante un proceso
que se inició ahora hace unos 5 millones de años y se prolongó hasta los
2 millones de años, los antepasados de las actuales especies Apis
cerana, la abeja de miel asiática, y la Apis mellifera, la abeja de miel
descrita por Linneo en 1758, se extendieron desde el sureste de Asia
hacia otras zonas.
Enjambres
de la especie Apis mellifera lo hicieron hacia el oeste, atravesando el
Oriente Próximo y adentrándose por el continente africano. Aquí
coincidieron con los primeros homínidos. No sabemos si ya disfrutaron de
la miel de estas abejas, probablemente sí, pero lo que nos parece
seguro es que las abejas estuvieron al lado de los humanos durante casi
todo su proceso evolutivo.
Más tarde, la abeja de miel conquistó el continente europeo, si bien se veía obligada a ir al ritmo de las grandes glaciaciones. Se cree que ahora hace unos 150.000 años, los enjambres de abejas ya zumbaban en todas las penínsulas del sur de Europa. Después de la última glaciación, hace unos 8.000-10.000 años, se extendieron progresivamente hacia el norte. En nuestras tierras, la abeja de miel está presente desde hace unos 150.000 años y es seguro que sus pobladores han sido cazadores-recolectores de miel durante un largo período. El arte pictórico primitivo nos ha dejado escenas de esta coexistencia entre el ser humano y las abejas y nos muestra la importancia que entonces tuvo la recolección de miel y cera de los enjambres salvajes. No podemos olvidar la escena más emblemática, la que se encuentra en la cueva de la Araña de Bicorp (Valencia), de hace unos 9.000 años, y que se ha convertido en un símbolo mundial de la iconografía apícola.
Informa: Higini Trilles
Autor: Fernando Calatayud Tortosa. Institut Valencià d’Investigacions Agràries (IVIA).
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