Greenpeace/ Matías Costa |
El humo precede la llegada de Manuel a las colmenas. Ahumador en mano,
consigue tranquilizar al enjambre, que parece calmarse mientras comienza
a trabajar. Se mueve despacio, enfundado en su traje de apicultor, con
la seguridad de la experiencia y de un acto mil veces repetido, sin
importarle las cientos de abejas que zumban amenazantes a su alrededor.
Cada día, durante más de 25 años, comprueba el estado de sus panales. Y,
cada día, es testigo de cómo, silenciosamente, las abejas están
desapareciendo.
Biólogo de carrera y apicultor de profesión, lleva más de un cuarto
de siglo inmerso en el fascinante mundo de las abejas. Explica, con voz
calma y acento andaluz, cómo es la relación de un apicultor con sus
colmenas. “Yo siempre digo que a las abejas hay que dejarlas que hablen,
que te cuenten qué cosas les gustan de lo que tú les haces, qué cosas
no les gustan”.