wikipedia - Apis mellifera scutellata |
Los primeros españoles llegaron a América con el único propósito de explotar las riquezas naturales para llevar el producido a los Reyes Católicos a fin de amainar la crisis económica en que España estaba sumida.
Como los colonizadores necesitaban sacarles el máximo a las
minas y las plantaciones, forzaban a los indígenas a trabajar en
condiciones infrahumanas. Esto fue minando a la población nativa con la
consecuente escasez de mano de obra, por lo cual recurrieron a los
mercaderes portugueses y holandeses para que ‘cazaran’ despiadadamente a
los africanos, a quienes los europeos calificaban de salvajes debido a
su color de piel y por sus diferencias genotípicas y fenotípicas,
menospreciando su condición de seres humanos inteligentes y su
cosmogonía cultural.
En 1957, el biólogo, agrónomo y genetista brasileño de origen escocés
Warwick Estevam Kerr, trajo de Tanzania, África, a Brasil, sesenta y
tres abejas reinas de la especie Apis mellifera scutellata, reconocida
por su alta productividad, pero también por su agresividad, para
cruzarlas con las diferentes especies nativas y otras traídas de Europa,
que son bastante pacíficas y dóciles, pero producen muy poca miel. Todo
el proceso se realizaba en cautiverio, con extremas medidas para evitar
que las reinas originales escaparan, es decir, al igual que a los
esclavos, se les mantenía produciendo en condiciones de sometimiento.
Pero tal como sucedió con la raza africana, cuando en 1599 el esclavo Benkos Biohó dio el primer grito libertario de América al escapar de sus opresores, fundando años más tarde el palenque de San Basilio, primer pueblo libre del continente, las abejas africanas también consiguieron su ansiada libertad cuando, en 1957, por un descuido de un trabajador del laboratorio de Warwick Estevam Kerr, escaparon varios enjambres que se ubicaron en lugares cercanos y con el tiempo empezaron a hibridarse con las especies nativas, sin control alguno, extendiéndose por todo el continente, desde Brasil hasta los Estados Unidos. Lo mismo que sucedió con la raza africana, que se mezcló con la nativa aborigen y la blanca europea, haciendo valiosos aportes que hoy son de todos conocidos después de varios siglos de acrisolamiento genético.
Llegan las abejas africanizadas a Colombia
En 1964 se empezaron a detectar en Colombia las primeras abejas
africanizadas, como se les denomina desde entonces a las que surgieron
de la hibridación ocurrida en Brasil. Casualmente, ese año nació, en San
Diego, Cesar, John Rieder Guerra, considerado hoy uno de los
apicultores más innovadores de Suramérica. Arquitecto de profesión,
Rieder Guerra se ha dedicado a mejorar empíricamente los métodos de
producción apícola, con un proceso de involución, volviendo a los
orígenes de la faena, es decir, permitiendo que sean las abejas las que
hagan su trabajo, con muy poca intervención humana.
Las abejas son las que saben de apicultura
Esto lo dice Rieder Guerra con la más absoluta convicción, la misma a
la que llegó cuando confrontó sus investigaciones, realizadas en
Baranoa y otros pueblos del departamento del Atlántico, con las del
apicultor argentino Óscar Perone, quien sacudió la industria apícola al
decir hace una década que las técnicas de producción industrializadas
eran erróneas y se habían convertido en un factor negativo más para la
disminución de la población de abejas del planeta.
A comienzos de la década de 1980, el padre de John Rieder, Mauricio
Rieder Penas, tenía en su casa de San Diego unas colmenas de abejas
italianas, completamente inofensivas, que, sin que nadie se percatara,
fueron invadidas por abejas africanizadas.
Las nuevas inquilinas pronto fueron mayoría y empezaron a picar a
quienes se acercaban, por lo cual resolvieron trasladarlas a una finca
que tenían en las estribaciones de la Sierra Nevada. Allí fue notorio el
incremento en la producción de miel, y John era el encargado de
venderla de casa en casa en una carretilla.
“Así fue como empecé a sentir amor por la apicultura, cuenta Rieder
Guerra, con su voz grave de locutor, que no tiene nada que envidiarle a
la de su hermano de padre, el popular Mauricio Rieder Guao. Para mí era
apasionante todo lo que tuviera que ver con el mundo de esas pequeñas
criaturas que casi sin que nadie lo note producen uno de los alimentos
más benéficos para la humanidad, pero que son poco valoradas por la
mayoría de la gente y por el contrario, las han satanizado y
estigmatizado como asesinas, simplemente porque somos pocos los que
comprendemos su temperamento y las razones por la cuales, a veces,
atacan a otros seres vivos”, dice John, sin ocultar emoción al hablar. Y
es tanto el amor que siente por las abejas que ni siquiera un episodio
lamentable, casi trágico, que ocurrió con las colmenas que su padre
tenía en la finca logró disminuirlo. Al contrario, esto lo llevó a
entenderlas más. Las cajas estaban en un potrero sin ninguna protección y
nunca había sucedido nada malo, pero un día cualquiera un burro se
recostó a una para rascarse y la tumbó.
De inmediato las abejas interpretaron eso como una agresión, se
enfurecieron y empezaron a picar todo lo que se movía, produciendo un
caos total y matando dos burros, trece gallinas y más de veinte palomas.
Ante eso, don Mauricio roció con gasolina las colmenas y les prendió
fuego.
“Me sentí muy mal. La pena me duró mucho tiempo, recuerda John. Eso
me puso a pensar que unos seres que son capaces de crear con su
laboriosidad algo tan exquisito, con tantas propiedades nutricionales
como la miel, además de generar toda la vida vegetal, humana y animal
del planeta con su trabajo de polinización no pueden ser malos, sino que
tal vez no sabíamos convivir con ellos.
Hace un poco más de diez años, después de ejercer su profesión de
arquitecto y tener la ganadería como hobby, luego de haber vivido en
Estados Unidos decidió vender la finca y el ganado, aburrido por el
abigeato, los altos costos de sostenimiento y la poca rentabilidad.
“Entonces renació mi pasión por la apicultura. Me asocié con un
experimentado en el tema, don Rafael Décola, en Baranoa, con quien
aprendí mucho y en poco tiempo alcanzamos muy buenos niveles de
producción. Pero siempre tenía la inquietud de innovar y no conformarme
con las técnicas tradicionales, sobre todo porque veía que la población
de abejas iba disminuyendo rápidamente”. Cuenta también que disolvieron
la sociedad y decidió arriesgarse solo.
“Mi independencia comenzó con diez colmenas. Como no contaba con una
extensión de tierra muy grande empecé a instalarlas en las fincas y
parcelas de los amigos. Llegué a tener ochocientas, la mayor parte con
el sistema tradicional de marcos y cera estampada, la llamada colmena
Langstroth, creada hace 170 años y de eficiencia comprobada para el
hombre, pero no muy buena para las abejas. Al mismo tiempo me dediqué a
probar otros métodos y, aunque cometí errores, finalmente di con el
sistema que considero más eficaz porque armoniza la productividad con la
buena salud de las abejas en comunión con la naturaleza, y me ha
permitido crear mi marca, Oromiel, que se comercializa a nivel nacional
en varias cadenas de supermercados. Lo descubrí por accidente, las
mismas abejas me lo enseñaron”, dice sonriente mientras recuerda el
episodio que lo llevo al feliz hallazgo.
En una inspección que hizo a unas colmenas que tenía cerca de Cuatro Bocas, Tubará, el dueño de la parcela le pidió que sacara un enjambre que estaba dentro de un tanque metálico de 55 galones.
“Yo no quería y lo dilaté por varios meses, pero él me amenazó con que si no lo hacía me tocaba llevarme mis abejas, así que lo hice contra mi voluntad. Cuál sería mi sorpresa cuando encontré la más hermosa colonia que había visto jamás. Las abejas habían logrado algo casi mágico y de ese tanque saqué más de cien kilos de miel, sin haber utilizado los tradicionales marcos ni cera estampada (hábitat artificial). Ellas solitas habían logrado lo que todo apicultor sueña. Entonces decidí copiar el modelo haciendo cámaras de cría amplias, sin artificios, para que las abejas tengan un hábitat absolutamente privado, sin estar aprisionadas y sin que la mano del hombre intervenga ni las moleste. Ahí ellas se mueven libremente, a diferencia del sistema tradicional, donde el apicultor tiene que invadir la cámara de cría para extraer la miel, afectando la vida de las abejas”.
Explica que encima coloca cajas de apenas quince centímetros de altura donde ellas, por el poco espacio, no ponen crías, solo depositan la miel. “Así he llegado hasta a montar seis cajas de recolección y nunca tengo que abrir la cámara de cría, con lo cual ellas se mantienen tranquilas, no se estresan y son más productivas, con un rendimiento que casi duplica el del método tradicional. Además, como están aisladas, trabajan tranquilas y no atacan a nadie”.
Con cuidado
Pero no todo es alegría para este apasionado apicultor. Una gran
preocupación lo embarga porque la vida moderna está atentando contra
estos pequeños insectos que son indispensables para todas las formas de
vida del planeta, ya que sin ellos no hay polinización, y ya hay casos,
como ocurre en China, donde tienen que polinizar a mano porque la
población de abejas se ha reducido dramáticamente debido al uso masivo
de pesticidas, fungicidas y plaguicidas, que sumados a la deforestación
están reduciendo criminalmente la población apícola.
Ante la escasez de flores silvestres, actualmente John Rieder está empezando a implementar un sistema de alimentación con jugo virgen de caña de azúcar que hasta ahora le ha dado muy buenos resultados en dos ambiciosos emprendimientos que adelanta en Santa Cruz, Atlántico, y El Carmen de Bolívar, que suman más de mil colmenas.
Pero sus abejas consentidas son las que tiene en un pequeño bosque de dos hectáreas que compró hace algunos años en cercanías de Baranoa y que no ha sido alterado por el hombre hace 50 años. Allí tiene 40 colmenas con sistema natural y no solo saca miel de excelente calidad sino que disfruta el placer de recuperar especies vegetales casi extinguidas, como el cotoprix, y darle un hábitat a especies animales que llegan allí acorraladas por la deforestación y la reducción de espacios adecuados para su supervivencia. Allí se respira un aire de tranquilidad absoluta, donde la armonía y la convivencia de la fauna y la flora es lo que predomina. Esto lo empezará a compartir próximamente con los amantes de la naturaleza con un programa de apiturismo, a través del cual quiere brindar no solo momentos de placer y relajación en medio del bosque sino sensibilizar a la gente sobre la importancia de estos insectos, tan injustamente tratados, para la preservación de la especie humana.
“Sin abejas no hay vida”, es su sentencia final. Algo similar dijo el físico Albert Einstein: “Cuando muera la última abeja, empezará el conteo regresivo para el final de la humanidad, y en menos de cinco años se extinguirá de la faz de la Tierra”.
Font: latitud
0 comments:
Publica un comentari a l'entrada