21 de gener 2014

LAS ABEJAS PUEDEN TENER MEJOR VIDA

wikipedia - Apis mellifera scutellata

Los primeros españoles llegaron a América con el único propósito de explotar las riquezas naturales para llevar el producido a los Reyes Católicos a fin de amainar la crisis económica en que España estaba sumida.

Como los colonizadores necesitaban sacarles el máximo a las minas y las plantaciones, forzaban a los indígenas a trabajar en condiciones infrahumanas. Esto fue minando a la población nativa con la consecuente escasez de mano de obra, por lo cual recurrieron a los mercaderes portugueses y holandeses para que ‘cazaran’ despiadadamente a los africanos, a quienes los europeos calificaban de salvajes debido a su color de piel y por sus diferencias genotípicas y fenotípicas, menospreciando su condición de seres humanos inteligentes y su cosmogonía cultural.

En 1957, el biólogo, agrónomo y genetista brasileño de origen escocés Warwick Estevam Kerr, trajo de Tanzania, África, a Brasil, sesenta y tres abejas reinas de la especie Apis mellifera scutellata, reconocida por su alta productividad, pero también por su agresividad, para cruzarlas con las diferentes especies nativas y otras traídas de Europa, que son bastante pacíficas y dóciles, pero producen muy poca miel. Todo el proceso se realizaba en cautiverio, con extremas medidas para evitar que las reinas originales escaparan, es decir, al igual que a los esclavos, se les mantenía produciendo en condiciones de sometimiento.

Pero tal como sucedió con la raza africana, cuando en 1599 el esclavo Benkos Biohó dio el primer grito libertario de América al escapar de sus opresores, fundando años más tarde el palenque de San Basilio, primer pueblo libre del continente, las abejas africanas también consiguieron su ansiada libertad cuando, en 1957, por un descuido de un trabajador del laboratorio de Warwick Estevam Kerr, escaparon varios enjambres que se ubicaron en lugares cercanos y con el tiempo empezaron a hibridarse con las especies nativas, sin control alguno, extendiéndose por todo el continente, desde Brasil hasta los Estados Unidos. Lo mismo que sucedió con la raza africana, que se mezcló con la nativa aborigen y la blanca europea, haciendo valiosos aportes que hoy son de todos conocidos después de varios siglos de acrisolamiento genético.

Llegan las abejas africanizadas a Colombia
En 1964 se empezaron a detectar en Colombia las primeras abejas africanizadas, como se les denomina desde entonces a las que surgieron de la hibridación ocurrida en Brasil. Casualmente, ese año nació, en San Diego, Cesar, John Rieder Guerra, considerado hoy uno de los apicultores más innovadores de Suramérica. Arquitecto de profesión, Rieder Guerra se ha dedicado a mejorar empíricamente los métodos de producción apícola, con un proceso de involución, volviendo a los orígenes de la faena, es decir, permitiendo que sean las abejas las que hagan su trabajo, con muy poca intervención humana.

Las abejas son las que saben de apicultura
Esto lo dice Rieder Guerra con la más absoluta convicción, la misma a la que llegó cuando confrontó sus investigaciones, realizadas en Baranoa y otros pueblos del departamento del Atlántico, con las del apicultor argentino Óscar Perone, quien sacudió la industria apícola al decir hace una década que las técnicas de producción industrializadas eran erróneas y se habían convertido en un factor negativo más para la disminución de la población de abejas del planeta.

A comienzos de la década de 1980, el padre de John Rieder, Mauricio Rieder Penas, tenía en su casa de San Diego unas colmenas de abejas italianas, completamente inofensivas, que, sin que nadie se percatara, fueron invadidas por abejas africanizadas.

Las nuevas inquilinas pronto fueron mayoría y empezaron a picar a quienes se acercaban, por lo cual resolvieron trasladarlas a una finca que tenían en las estribaciones de la Sierra Nevada. Allí fue notorio el incremento en la producción de miel, y John era el encargado de venderla de casa en casa en una carretilla.

“Así fue como empecé a sentir amor por la apicultura, cuenta Rieder Guerra, con su voz grave de locutor, que no tiene nada que envidiarle a la de su hermano de padre, el popular Mauricio Rieder Guao. Para mí era apasionante todo lo que tuviera que ver con el mundo de esas pequeñas criaturas que casi sin que nadie lo note producen uno de los alimentos más benéficos para la humanidad, pero que son poco valoradas por la mayoría de la gente y por el contrario, las han satanizado y estigmatizado como asesinas, simplemente porque somos pocos los que comprendemos su temperamento y las razones por la cuales, a veces, atacan a otros seres vivos”, dice John, sin ocultar emoción al hablar. Y es tanto el amor que siente por las abejas que ni siquiera un episodio lamentable, casi trágico, que ocurrió con las colmenas que su padre tenía en la finca logró disminuirlo. Al contrario, esto lo llevó a entenderlas más. Las cajas estaban en un potrero sin ninguna protección y nunca había sucedido nada malo, pero un día cualquiera un burro se recostó a una para rascarse y la tumbó.

De inmediato las abejas interpretaron eso como una agresión, se enfurecieron y empezaron a picar todo lo que se movía, produciendo un caos total y matando dos burros, trece gallinas y más de veinte palomas. Ante eso, don Mauricio roció con gasolina las colmenas y les prendió fuego.

“Me sentí muy mal. La pena me duró mucho tiempo, recuerda John. Eso me puso a pensar que unos seres que son capaces de crear con su laboriosidad algo tan exquisito, con tantas propiedades nutricionales como la miel, además de generar toda la vida vegetal, humana y animal del planeta con su trabajo de polinización no pueden ser malos, sino que tal vez no sabíamos convivir con ellos.

Hace un poco más de diez años, después de ejercer su profesión de arquitecto y tener la ganadería como hobby, luego de haber vivido en Estados Unidos decidió vender la finca y el ganado, aburrido por el abigeato, los altos costos de sostenimiento y la poca rentabilidad. “Entonces renació mi pasión por la apicultura. Me asocié con un experimentado en el tema, don Rafael Décola, en Baranoa, con quien aprendí mucho y en poco tiempo alcanzamos muy buenos niveles de producción. Pero siempre tenía la inquietud de innovar y no conformarme con las técnicas tradicionales, sobre todo porque veía que la población de abejas iba disminuyendo rápidamente”. Cuenta también que disolvieron la sociedad y decidió arriesgarse solo.

“Mi independencia comenzó con diez colmenas. Como no contaba con una extensión de tierra muy grande empecé a instalarlas en las fincas y parcelas de los amigos. Llegué a tener ochocientas, la mayor parte con el sistema tradicional de marcos y cera estampada, la llamada colmena Langstroth, creada hace 170 años y de eficiencia comprobada para el hombre, pero no muy buena para las abejas. Al mismo tiempo me dediqué a probar otros métodos y, aunque cometí errores, finalmente di con el sistema que considero más eficaz porque armoniza la productividad con la buena salud de las abejas en comunión con la naturaleza, y me ha permitido crear mi marca, Oromiel, que se comercializa a nivel nacional en varias cadenas de supermercados. Lo descubrí por accidente, las mismas abejas me lo enseñaron”, dice sonriente mientras recuerda el episodio que lo llevo al feliz hallazgo.

En una inspección que hizo a unas colmenas que tenía cerca de Cuatro Bocas, Tubará, el dueño de la parcela le pidió que sacara un enjambre que estaba dentro de un tanque metálico de 55 galones.

“Yo no quería y lo dilaté por varios meses, pero él me amenazó con que si no lo hacía me tocaba llevarme mis abejas, así que lo hice contra mi voluntad. Cuál sería mi sorpresa cuando encontré la más hermosa colonia que había visto jamás. Las abejas habían logrado algo casi mágico y de ese tanque saqué más de cien kilos de miel, sin haber utilizado los tradicionales marcos ni cera estampada (hábitat artificial). Ellas solitas habían logrado lo que todo apicultor sueña. Entonces decidí copiar el modelo haciendo cámaras de cría amplias, sin artificios, para que las abejas tengan un hábitat absolutamente privado, sin estar aprisionadas y sin que la mano del hombre intervenga ni las moleste. Ahí ellas se mueven libremente, a diferencia del sistema tradicional, donde el apicultor tiene que invadir la cámara de cría para extraer la miel, afectando la vida de las abejas”.

Explica que encima coloca cajas de apenas quince centímetros de altura donde ellas, por el poco espacio, no ponen crías, solo depositan la miel. “Así he llegado hasta a montar seis cajas de recolección y nunca tengo que abrir la cámara de cría, con lo cual ellas se mantienen tranquilas, no se estresan y son más productivas, con un rendimiento que casi duplica el del método tradicional. Además, como están aisladas, trabajan tranquilas y no atacan a nadie”.

Con cuidado
Pero no todo es alegría para este apasionado apicultor. Una gran preocupación lo embarga porque la vida moderna está atentando contra estos pequeños insectos que son indispensables para todas las formas de vida del planeta, ya que sin ellos no hay polinización, y ya hay casos, como ocurre en China, donde tienen que polinizar a mano porque la población de abejas se ha reducido dramáticamente debido al uso masivo de pesticidas, fungicidas y plaguicidas, que sumados a la deforestación están reduciendo criminalmente la población apícola.

Ante la escasez de flores silvestres, actualmente John Rieder está empezando a implementar un sistema de alimentación con jugo virgen de caña de azúcar que hasta ahora le ha dado muy buenos resultados en dos ambiciosos emprendimientos que adelanta en Santa Cruz, Atlántico, y El Carmen de Bolívar, que suman más de mil colmenas.

Pero sus abejas consentidas son las que tiene en un pequeño bosque de dos hectáreas que compró hace algunos años en cercanías de Baranoa y que no ha sido alterado por el hombre hace 50 años. Allí tiene 40 colmenas con sistema natural y no solo saca miel de excelente calidad sino que disfruta el placer de recuperar especies vegetales casi extinguidas, como el cotoprix, y darle un hábitat a especies animales que llegan allí acorraladas por la deforestación y la reducción de espacios adecuados para su supervivencia. Allí se respira un aire de tranquilidad absoluta, donde la armonía y la convivencia de la fauna y la flora es lo que predomina. Esto lo empezará a compartir próximamente con los amantes de la naturaleza con un programa de apiturismo, a través del cual quiere brindar no solo momentos de placer y relajación en medio del bosque sino sensibilizar a la gente sobre la importancia de estos insectos, tan injustamente tratados, para la preservación de la especie humana.

“Sin abejas no hay vida”, es su sentencia final. Algo similar dijo el físico Albert Einstein: “Cuando muera la última abeja, empezará el conteo regresivo para el final de la humanidad, y en menos de cinco años se extinguirá de la faz de la Tierra”.

Font: latitud